Juan Rafael Madrigal Rodríguez “JUAN CUENTACUENTOS”

Juan Cuentacuentos es un pueblo que rompe la palabra para encontrar en ella el abrazo que refresca el ánimo, es decir, un gigante soñador experto en acariciar piedras.

Con ellas se construye en el universo interminable del cuento. Es, además, el elegido para detener el tiempo donde se enredan los sueños que siempre persigue, y así, convertido en parque, calle, mercado y poema, de la mano nos lleva a ese pueblo mágico que lleva por dentro.

Hijo, padre, esposo, amigo y soñador. Juan es licenciado en Artes Escénicas, escritor, actor, dramaturgo, poeta y cuentero.

Ha recibido el Premio Nacional de Teatro en cuatro ocasiones como mejor actor y director. Además de la obtención de reconocimientos internacionales: fue catalogado entre los diez mejores narradores orales de Iberoamérica el Festival Internacional “Abrapalabra”, en Bucaramanga, Colombia, reconocimiento “El arte de contar” en La Habana, Cuba, entre otros. Editorial Diego Pun, en Tenerife, España, le ha editado tres libros de literatura infantil, éstos son parte de su producción creativa y constante.

Juan Madrigal es gestor y fundador del movimiento cultural Alajuela Ciudad Palabra y de la Fiesta Internacional del Cuento (FICU).

Ha representado al país en México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia, Ecuador, Venezuela, Brasil, Cuba y España.

Cuento

"A despreciada"

Tres prestigiosos mosqueteros
con sus capas y sus sombreros
defendían al Reino Castellano
de enemigos muy cercanos,
palabras mal escritas por falta de cultura,
ahí estaban ellos, para reclamar las buenas escrituras.
Pero tuvo el rey de aquel país y algunos plebeyos,
semejante osadía de escribir con minúscula, un día,
el nombre del reino que de seriedad se distinguía
¡Alajuela con mayúscula es de grandeza y altura,
pero con minúscula es ridícula caricatura!
Se reunieron los caballeros del alto concejo;
con el reclamo de los mosqueteros quedaron perplejos,
se rasgaron las vestiduras por aquellas escrituras,
escucharon explicaciones y las muy buenas razones
y ordenaron ipso facto, cueste lo que cueste:
¡Cambiar por mayúscula la indefensa “a” minúscula!
Y ante semejante avalancha de desprecio literal,
la pequeña “a” fue a parar fuera de la calle ancha, cerca del hospital,
donde los toscos plebeyos la levantaron y le hicieron un pedestal.
Pues, aunque fue despreciada por ser una letra mal colocada,
por siempre y para siempre tendrá una historia, que deberá ser contada.